Mi audacia en aquella época, no tenía límites y con una niña hija de gallegos, que aún recuerdo su nombre, Armonía Crespo, me animaba a dar bajo su dirección pasos de muñeiras y jotas, pero a decir verdad me abandonó como compañero de baile, por mi nefasta condición de aprendiz de galaico.
Hoy a través de muchos años, rememorando estas historias, me doy cuenta que el fallecimiento de mi padre y el trabajo de mi madre, de alguna manera me permitían ser bastante independiente a muy temprana edad.
En el verano de ese año, la Asociación Cristiana de Jóvenes, envió a mi madre a un campamento propiedad de dicha asociación, instalado en Piriápolis y mi mamá me recorto un poco bastante las alas que me estaban creciendo muy de golpe, llevándome con ella, allí me hice muy amigo de otro chico de edad parecida, cuyos padres eran compañeros de mi madre, en la misma entidad.
(Cerro de San Antonio)
Por las noches, cuando aflojaba el calor los veraneantes de dicho campamento, en su mayoría latinoamericanos, les organizaban subidas al cerro de San Antonio, y pronto mi amigo y yo, nos convertimos en guías faroleros, cosa que nos divertía mucho y nos hacía sentir muy importantes, pero además, nos daban muy buenas propinas, a tal punto que al otro día, ya estábamos organizando nuevas excursiones, y para darles un motivo más de atracción a nuestra promoción turística, le mostrábamos la fuente del toro, que en aquella época, era un toro de hierro que largaba permanentemente agua por la boca.
(Fuente del toro)
Mi compañero, resulto ser Gustavo Volpe, cuya trayectoria como estudiante y atleta era brillante, transcurridos 10 años de los hecho que estoy narrando, fue asesinado vilmente, por intentar rescatar la cartera a un anciano, al que se la habían robado en un ómnibus. Lamentablemente, esa noticia me toco dársela a mi madre por teléfono, al mencionado campamento, si mal no recuerdo por aquella época el número telefónico era 31.
(Gustavo Volpe)
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