Al promediar la década del 40, en el barrio de
Villa Española, en un amplio predio de varias hectáreas, estaba enclavado el campo español en Montevideo, lucía con todo
su esplendor dominguero, las famosas romerías que por aquellos años servían
para hermanar españoles emigrados al paisito, por razones políticas a
consecuencia de la terrible dictadura acaecida en España.
Todos los domingos de verano, se hacían las famosas romerías, pues se trataba de recordar su lejana tierra y resaltar la cultura del pueblo ibérico. Dichas fiestas, eran normalmente amenizadas por los
gaiteros de Cotoba para la parte oficial.
Las fiestas domingueras consistían del lado de los
socios, alternaba una orquesta típica y una característica, y de la zona
popular era mucho más amplia, gran cantidad de familias que iban a pasar el día
y a disfrutar de las reuniones bailables, que terminaban a las 10 h. de la
noche, comenzando a las 5 h. de la tarde, por ese entonces la orquesta que
animaba las reuniones domingueras, era la de Romeo Gavioli, que hacía muy poco
había abandonado Buenos Aires, donde actuó como violinista y cantante en la
orquesta de Edgardo Donado, a quien lo unía una gran amistad desde la infancia,
pues Edgardo llego a Montevideo de meses y regreso a su patria a los 25 años,
ya siendo un muy buen conceptuado músico y formando un dúo orquestal con
Roberto Zerrillos, que alcanzó importantes éxitos, entre finales de los 30 y
principios de los 40.
Pimpin con su escasos 10 años, domingo a domingo permanecía sentado en una esquina del palco, prestándole toda la atención que le era posible a la actuación de ese conjunto típico.
Paralelamente los años fueron transcurriendo, Pimpin creciendo y dicha orquesta abriéndose camino cada vez más firme frente a los bailarines que por aquella época practicaban masivamente el tango, en aquel próspero momento económico de la capital.
A Romeo y a Pimpin aún con la diferencia de edad que los separaba, los llevó a caminar en paralelo por el mismo carril, o sea por el mismo sendero de su majestad el tango.
Teatros, bailes, emisoras, carnavales me llevaron siempre a estar presente hasta 1957 en casi todas las actuaciones del personaje que menciono.
En la tarde aciaga de 1957 en la que Romeo determinó poner fin a su vida, tuve la triste coincidencia de verlo por última vez al atardecer de una noche inolvidable de otoño, tras el ventanal de una confitería, por aquella época famosa en la ciudad vieja.
Permanece en la memoria de Pimpin, aquellas lejanas tardes de un caluroso verano de los años 40, cuando con indisimulada ansiedad esperaba la llegada del cantor, para cogerle el violín que traía en el mismo coche, con el que se quitó la vida 12 años después y servirle de apoyo, a una dolencia pasajera en una de sus piernas.
Mi orgullo se renueva, cada vez que rememoro esa situación que la vida me brindó, de compartir horas inolvidables con una de las más destacadas figuras, que supo darle un brillo permanente al inigualable ritmo Rioplatense.
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