martes, 8 de agosto de 2017

BROCHAZOS DE UNA VIVENCIA INOLVIDABLE

1944, segunda guerra mundial,  Uruguay llenando las arcas de dólares, vendiendo trigo, carne y lana, a la necesitada Europa, quienes como yo a mi corta edad, no tenía conocimiento de la tragedia que padecía el mundo, vivíamos  ajenos y sólo disfrutábamos del bienestar del paisito en aquellos momentos.





Al  promediar la década del 40, en el barrio de Villa Española, en un amplio predio de varias hectáreas, estaba enclavado  el campo español en Montevideo, lucía con todo su esplendor dominguero, las famosas romerías que por aquellos años servían para hermanar españoles emigrados al paisito, por razones políticas a consecuencia  de la terrible dictadura acaecida en España.


Todos los domingos de verano, se hacían las famosas romerías, pues se trataba de recordar su lejana tierra y resaltar la cultura del  pueblo ibérico. Dichas fiestas, eran normalmente amenizadas por los gaiteros de Cotoba para la parte oficial.

Las fiestas domingueras consistían del lado de los socios, alternaba una orquesta típica y una característica, y de la zona popular era mucho más amplia, gran cantidad de familias que iban a pasar el día y a disfrutar de las reuniones bailables, que terminaban a las 10 h. de la noche, comenzando a las 5 h. de la tarde, por ese entonces la orquesta que animaba las reuniones domingueras, era la de Romeo Gavioli, que hacía muy poco había abandonado Buenos Aires, donde actuó como violinista y cantante en la orquesta de Edgardo Donado, a quien lo unía una gran amistad desde la infancia, pues Edgardo llego a Montevideo de meses y regreso a su patria a los 25 años, ya siendo un muy buen conceptuado músico y formando un dúo orquestal con Roberto Zerrillos, que alcanzó importantes éxitos, entre finales de los 30 y principios de los 40.

Pimpin con su escasos 10 años, domingo a domingo permanecía sentado en una esquina del palco, prestándole toda la atención que le era posible a la actuación de ese conjunto típico.



Paralelamente los años fueron transcurriendo, Pimpin creciendo y dicha orquesta abriéndose camino cada vez más firme frente a los bailarines que por aquella época practicaban masivamente el tango, en aquel próspero momento económico de la capital.

A Romeo y a Pimpin aún con la diferencia de edad que los separaba, los llevó a caminar en paralelo por el mismo carril, o sea por el mismo sendero de su majestad el tango.

Teatros, bailes, emisoras, carnavales me llevaron siempre a estar presente hasta 1957 en casi todas las actuaciones del personaje que menciono.

En la tarde aciaga de 1957 en la que Romeo determinó poner fin a su vida, tuve la triste coincidencia de verlo por  última vez al atardecer de una noche inolvidable de otoño, tras el ventanal de una confitería, por aquella época famosa en la ciudad vieja.

Permanece en la memoria de Pimpin, aquellas lejanas tardes de un caluroso verano de los años 40, cuando con indisimulada ansiedad esperaba la llegada del cantor, para cogerle el violín que traía en el mismo coche, con el que se quitó la vida 12 años después y servirle de apoyo, a una dolencia pasajera en una de sus piernas.

Mi orgullo se renueva, cada vez que rememoro esa situación que la vida me brindó, de compartir horas inolvidables con una de las más destacadas figuras, que supo darle un brillo permanente al inigualable ritmo Rioplatense.



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