Llego el momento de pasar a recibir los Santos Sacramentos y mi alegría fue enorme, paso a contarles porque, pues mi padrino y tío a la vez, me compro un montón de estampitas, que al obsequiárselas a los vecinos, a cambio me daban dinero, y ese fue mi primer negocio, además en la Iglesia después del acto, nos premiaron con chocolate y churros, todo un festejo para mi inesperado, fue tanto lo que me gustó ese acontecimiento, que en menos de un mes, tome nuevamente lo que para mi era algo muy agradable, la primera comunión, otra vez en otra Iglesia no muy lejana de la primera, no puedo precisar el tiempo que transcurrió, pero si puedo asegurar, que volví a pasar por la misma situación en una tercera Iglesia, para que nadie tenga dudas de mi breve pero profunda vocación, paso a mencionar las tres Iglesias en las cuales demostré que era un ferviente devoto, primera Sagrado Corazón en la calle Pozzolo, la segunda Santa Rita en la calle Besares y la tercera en el Cerrito de la Victoria, así termino mi paso por el catolicismo.
La nueva etapa comenzó aprendiendo a subirme a los tranvías y para que me dejaran los guardas que custodiaban el pasaje y cobraban, le pedía prestada una caja de pastillas, y ni bien subía empezaba a vocear ¡Astra Americana, cinco vale el paquete, tengo de menta, guaco y limón, que perfuman el aliento y calman la tos!, hasta que en un momento determinado se frustro mi carrera de comercial, pues subió mi tío y padrino a la vez, que era un jockey de moda por ese entonces, y agarrándome suavemente de la parte de atrás de mi camisa, me bajo del tranvía y me hizo devolver la materia prima, con la que yo disfrutaba muchísimo, en mi divertida afición por tomar y bajarme de los tranvías en marcha, aparte de demostrar mis noveles condiciones, modestia aparte para convencer a los pasajeros, de las cualidades que tenía el producto, que yo les ofrecía.
Aprovechando la libertad, que mi situación de huérfano de padre y la poca custodia de mis pasos infantiles que podía ejercer mi madre por razones de trabajo, no perdía mucho tiempo en disfrutar, de las aficiones que aparecían en mi mente de niño, y sin perder mucho tiempo, una tarde me enfunde, mi único trajecito, y me anote en un concurso, de baile infantil, que se realizaba en la escuela de la calle Besares, en el corazón del hipódromo nacional de Maroñas, elegí como compañerita, una niña hija de un almacenero, que tenía su local comercial frente al palco de los socios, de apellido Piazza y estupenda bailarina para sus 8 años, con la que enseguida entramos a entendernos en el difícil arte del baile, las reglas de dicho certamen, era ir eliminando las parejas que a entender del jurado no lo hacían muy bien, y la Piazza y yo, seguíamos arriba del escenario, pero algunos padres de los niños que participaban, se quejaron de como era un baile de disfraz y mi compañerita y yo, no llevábamos atuendo de carnaval, intentaron eliminarnos, pero la respuesta del público asistente, fue unánime a favor nuestro y el jurado termino permitiéndonos continuar en dicho evento, y fuimos distinguidos con el primer premio, que consistía en 10 pesos y por supuesto el aplauso de los presentes, nos repartimos como correspondía, 5 pesos para cada uno, pero cuando salí a agarrar el tranvía que me llevara hasta las cercanías de mi casa, distante unas veinte travesías, mi madre que ya había regresado de su tarea y el vecindario, alarmados por mi ausencia, me buscaban por todas las zonas, preguntando desesperadamente por mi, mientras yo ajeno a todo el lío que había armado involuntariamente, volvía triunfante a mis lares, con 5 mangos en el bolsillo.
La autora de mis días y más de mis noches, cuando me reencontró entre lágrimas y besos, empezó a interrogarme exhaustivamente, y cuando comencé a contarle, todos los pasos que había dado para llegar al más grande triunfo de mi vida, y le mostré dicho premio, me agarro de una oreja e intento llevarme hasta el lugar donde se había desarrollado el porque de mi ausencia, pero un vecino que regresaba de dicho lugar, la convenció de que él había presenciado mi exitosa participación, y desistió de castigarme y me premio al otro día, gastando mi premio entre zapatos, camiseta, medias y pantalón del equipo de Club Nacional de Fútbol por el cual ella tenía gran simpatía.
Nota: Al salir del concurso con mi botín, niños mayores que yo, me lo quisieron quitar, pero tuve la suerte de que venía el tranvía y yo que estaba muy avezado a subir en marcha, por mi anterior experiencia, en la venta de las famosas pastillas Astra Americana, vieron frustrado su intento por mi precipitada fuga.
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