Si observamos detenidamente, las cosas que ocurrieron en el transcurso de dicho año, veremos que hubo motivos más que de sobra, para que un gran sector de la humanidad, sufriera golpes que quedaron plasmados en la mente, de los que les toco vivirlos.
Uno de ellos de incalculable dolor para los que amamos el tango, fue la muerte en un lamentable accidente aéreo, de D. Carlos Gardel, del que a pesar del tiempo transcurrido, desde el fatal desenlace, se sigue sin saber donde abrió los ojos a la vida, pero si se sabe, que si a alguien se puede destacar como al más grande e inigualable cultor del tango Rioplatense, sin ninguna duda fue él.
Otro de los hechos nefasto, que se estaba cocinando por entonces, fue la trágica y lamentable guerra entre hermanos, que tuvo como escenario a España, el inmenso dolor que causo a partir de 1936 y hasta 1939, en vidas humanas y bienes, ha dejado hasta hoy y presiento que no será fácil de superar, los odios y rencores, que dicho enfrentamiento a provocado.
No todo fue tragedia, porque en el 35 alguna alegría sin duda alguna, fue la de mi madre, esa alegría se le fue borrando al transcurrir de pocos años, cuando noto que por su culpa, sin quererlo me inyecto dosis de tango diarias, a los alegres compases de Enrique Rodríguez con Armando Moreno, a mis escasos 7 años, con aquel inconmensurable arte, con el que me daba clases todas las tardes, que era una terapia con la que ella calmaba de alguna manera, el dolor que mi padre al marcharse por culpa de un maldito cáncer a sus 33 años, nos marco un futuro distinto, al que sin duda ellos habían planificado.
Aún tengo muy presente en mi memoria, que esa tremenda pérdida, nos hacía caminar por una senda hasta ese momento desconocida para mi madre, y mucho más para mi, ella emprendió como era lógico en aquella situación, el camino del trabajo, la medida normal que debía tomar en aquel momento, ya que no había recursos económicos, para afrontar la posición en la que habíamos quedado.
En marzo de 1942 ocurrieron estos lamentables hechos, que estoy narrando hasta el momento, ahí comenzó mi carrera de colegio, de idas a buscarme de parientes a las 5h de la tarde, cuando terminaba mi horario escolar, y ahí empezaba el ritual de niño que no llegaba a los 7 años, merienda, campito de la esquina, con pelota de trapo hecha con las medias de la abuela, con varios dobleces, rellenas de periódicos viejos, que de tanto retorcerlas y apretar entre varios, lográbamos que botara hasta 30 cms. del suelo, todo un adelanto por aquel entonces, para los pibes que nos íbamos criando, un poco a la bartola, en aquel hermoso barrio montevideano, del hipódromo nacional de Maroñas. La jornada de diversión infantil, no terminaba para mi, hasta que a las 19,30, regresaba mi madre de su trabajo en la Asociación Cristiana de jóvenes, ahí venia la parte más dura, porque mi mamá, me hacía bañar, mientras me preparaba algo de cenar, pues no permitía que yo me acostara lleno de tierra, como yo llegaba del campito, y el vecindario oía mis lamentos, porque esto en las tardes de verano era aceptable, pero en las de invierno no era muy agradable, aunque yo había hecho distintas proposiciones, que no fueron nunca aceptadas, una a la que llegue con más argumentos, fue lavarme sólo las rodillas, que era lo que más me había ensuciado, pero nunca logré por esas épocas, convencer a Doña María, que por aquel entonces contaba 28 años.
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