Por ahí encontré el camino para hacerme cada vez más nocturno, pero tenía un serio inconveniente, pues por ese entonces, estudiaba si asistir al Liceo Rodo se le podía llamar estudiar, pues unía a la vez agregado a mi falta de capacidad, la poca voluntad con la que asistía.
Apenas cumplidos mis catorce años, abandoné los estudios por un empleo de mensajero interno, en el Jockey Club de Montevideo, por mi condición de menor de dieciocho años, me permitía tener un horario sensacional para poder alternar mi trabajo con mi asistencia cada vez que mi pequeña economía me lo permitía, a lugares donde el tango reinaba, costumbre que felizmente no he perdido hasta hoy.
Cada vez me iba convenciendo más, que poder alternar mis noches con la luna, me traía muchos beneficios que paso a enumerar, la primera es que para mirar en contra de ella no hay que fruncir el entrecejo, la segunda que no se necesitan cremas para evitar las arrugas prematuras, la tercera que se ahorran gafas oscuras, la cuarta que aún no teniendo condiciones de poeta logra despertar la inspiración de la gente que sabe valorar las sensaciones que logra imprimir en los que como yo, somos fervientes admiradores de su belleza.
La condición más digna de destacar de dicho satélite, que no quema y además es una eterna caricia.
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